Por.- Roberto Blancarte
blancart@colmex.mx
Cuando veo los debates electorales en España o Francia me da envidia. Uno puede o no estar de acuerdo con los argumentos de una u otra parte, pero hay solidez, visión de largo plazo, apego irrestricto a los principios democráticos y, sobre todo, seriedad. ¿Qué quiero decir con esto? Me refiero a que los planteamientos electorales, por más sesgados que sean, tienen contenido y los políticos no suponen que los ciudadanos son estúpidos. Tanto la izquierda como la derecha tienen propuestas viables, no argumentos lastimeros o victimistas que, por lo menos en esos países, cada vez menos personas creen. Y si bien el discurso patriotero sigue vigente en muchas contiendas electorales, como la de Estados Unidos, por lo menos esto se entiende en el contexto de una guerra que está teniendo lugar en Irak y Afganistán, donde están muriendo ciudadanos estadunidenses. Aquí en México el discurso patriotero sobre los que quieren destruir al país, venga de la izquierda o de la derecha, suena cada vez más hueco y como un mero artificio para cubrir errores o distorsionar la información. Ni la derecha ni la izquierda mexicanas parecen estar construyendo alternativas democráticas; el populismo y la marrullería ramplona se están enseñoreando del escenario político. Lo que antes era dominio exclusivo del PRI, ahora se está apoderando del conjunto del espectro partidista. La “priización” del discurso político (con perdón de un PRI que ahora parece más serio porque abusa menos de ese discurso) es quizás el simple reflejo de una cultura política que simplemente no ha logrado dar el paso a formas más modernas del trato con los ciudadanos.
No sé, estimado lector, si usted vio la entrevista que le hizo el jueves pasado Joaquín López-Dóriga a Juan Camilo Mouriño. Pero a mí me causó pésima impresión. En primer lugar, un secretario de Gobernación atropellado y con respuestas entrenadas pero sin dar mayor información o detalles sobre sus aseveraciones. Pero eso sí, un discurso patriotero sobre los malos que quieren destruir al país y que generan infundios sobre su persona. Un secretario muy firme en sus declaraciones, pero completamente evasivo sobre las cuestiones centrales. No quiso responder, por ejemplo, lo que era evidente; que este escándalo lo deja mal parado y debilitada su importante función. Nada sobre cómo este vergonzoso asunto daña la imagen del Presidente y todo su proyecto sexenal. Mouriño dice que su firma en los contratos es legal y ética. El 85 por ciento de la población (incluido un servidor), según encuesta de María de las Heras, piensa que NO es moralmente correcto haber firmado esos contratos siendo servidor público, sobre todo estando en la Comisión de Energía de la Cámara de Diputados y en la Secretaría de Energía. Puede ser que hay sido negligencia, descuido o error de cálculo. Quiero creer incluso que nadie se enriqueció por esa situación, pero ése no es el punto en cuestión.
Estamos entonces frente a un problema de credibilidad, más allá de lo legal. En ese contexto, no veo cómo el secretario de Gobernación pueda seguir siendo el brazo derecho del Presidente. Tampoco soy el único en pensarlo. Según la misma encuesta, 68% de los entrevistados cree que bajo esta circunstancia Mouriño no va a poder seguir con sus funciones y debería renunciar. Pero lo más grave de la situación, para mi gusto, no es únicamente la negativa a dar explicaciones y ahondar con sinceridad en el tema, sino en el daño a la imagen de la derecha mexicana, cada vez más ligada a escándalos de corrupción, de conflictos de intereses, de tráfico de influencias y de diversas formas de deshonestidad. El golpe a la necesaria credibilidad de la política como instrumento de convivencia es brutal.
Por esa misma razón, la necesidad de una izquierda moderna, democrática, honesta, seria y con proyecto de país es vital. Hoy, más que nunca, el país requiere de una izquierda que sirva de contrapeso a una derecha (por lo menos una parte de ella) ahistórica, insensible, cínica y a su modo, también muy primitiva. Pero sobre todo, el país requiere de una izquierda que deje de ser gritona y chillona, ramplona y victimista. Una propuesta política que sea capaz de superar los atavismos del nacionalismo revolucionario, del populismo latinoamericano, del infantilismo de izquierda y del radicalismo destructor. En suma, una izquierda viable, que constituya una verdadera alternativa para el conjunto de la población, no sólo para una fracción de la ciudadanía o para unos cuantos acelerados o demagogos. Una izquierda que no sólo sea capaz de criticar, sino también de gobernar.
El próximo domingo, los electores del PRD, que no es toda la izquierda pero sí su mayor expresión, elegirán a su nueva dirigencia. Algunos serán acarreados y manipulados; otros irán con toda conciencia a votar por el candidato de su preferencia. Al final, lo que ellos decidan, también impactará el futuro del país. La semana próxima veremos entonces si tendremos en los próximos años la izquierda que necesitamos y que este país merece o, por el contrario, la izquierda que nos merecemos y de la cual los mexicanos pueden prescindir.
Crestomatia.- Milenio.com


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